Alimentación saludable en verano: cómo combatir los malos hábitos
Los 5 cambios de hábito en verano que más te arrastran… y cómo entenderlos
Se acumulan las olas de calor, tu rutina alimentaria experimenta una mutación casi natural. De repente, tu cuerpo y tu ánimo reclaman sorbos fríos y bocados ligeros, y en ese vaivén suelen colarse hábitos que, a la larga, te pasan factura (cada uno pagamos nuestro precio a nuestra manera.
Hoy, vamos a analizar en profundidad los cinco patrones de alimentación que más se descontrolan en verano, no para darte recetas milagro, sino para que entiendas qué ocurre en tu mente y en tu cuerpo cuando dejas sueltas las manos del volante
1. Desorden en las horas de comida
Con el sol alargando las horas, las fronteras entre desayuno, comida y cena se diluyen. Saltarse el desayuno o convertir la comida en un tentempié de media mañana te deja en estado de “ir a rebufo” del hambre: llegas a la cena con ese rugido en el estómago que te empuja a comer de más, rápido, sin saborear. Ojo, que igual eres de esas personas que desayunan poco o nada y llegan genial al almuerzo. Y si te funciona, perfecto.
Psicológicamente, este desajuste activa el modo supervivencia: tu cerebro prioriza calorías y pierde la capacidad de regular la saciedad, lo que desemboca en bajones de energía y sensación de pesadez.
2. El boom de los ultracongelados y helados
Estás en el sur, (o no, eso da igual) y los helados se convierten en la moneda de cambio emocional frente al calor. La textura fría y el azúcar despiertan una respuesta de placer inmediata: dopamina al instante. Es un hack directo a nuestro hipotálamo. Y yo también caigo a veces, lo reconozco. Sin embargo, este refuerzo rápido inhibe gradualmente tu tolerancia a opciones más nutritivas y regulares. Tu cerebro conoce el camino fácil de la “gratificación instantánea”, y cada vez pide más dosis de ese placer. El resultado es una montaña rusa de energía que deja más ganas de sofá que de playa. Y eso de “hago una caminata después para así bajarlo”, bueno, vamos a dejarlo ahí.
3. Cenar en terraza… con menú ajeno
Salir a cenar en la calle es parte del ritual veraniego de España en general y Canarias en particular. Pero aceptar menús llenos de fritos y rebozados, bases grasientas y raciones XXL sin revisar ingredientes es dejar tu salud en manos de la inercia social. Aquí entra la presión de grupo: “todos pedimos papas arrugadas y queso asado/frito”, y te cuesta romper el patrón. Y luego las copas.
Eh, eh, que no te digo que no salgas a cenar, porque imagino que no será todas las noches, no?
4. Hidratación engañosa
Crees que “beber más” basta para mantenerte en forma, pero si tus elecciones son refrescos, tés con azúcar o bebidas energéticas, metes al cuerpo calorías vacías por la ilusión de refrescarte. Esa sed de verano, si no se controla, obliga a tu cuerpo a gestionar picos de glucosa constantes. Emocionalmente, cada sorbo dulce refuerza la idea de “necesito un premio” para soportar el sol, y el sistema de recompensa te deja atado a la dependencia azucarada.
5. Cocina minimalista… o inexistente
Cuando hace calor, cocinar parece un castigo. Optas por panes con salsas compradas o platos “listos para calentar”, yo también he estado ahí. Esa comodidad trae consigo alto contenido en azúcares, conservantes, grasas insanas y aditivos. Tu cuerpo comienza a retener líquido, tu digestión se enlentece y tu ánimo baja. Psicológicamente, rechazas el esfuerzo, pero terminas atrapado en un bucle de satisfacción instantánea que sabotea tu bienestar diario.
Estos cinco cambios no son “culpables” de tus kilos de más o de tu desgana; son síntomas de un verano sin consciencia alimentaria. Comprenderlos —la urgencia de la dopamina, la presión social, la ilusión de cuidado rápido— es parte del proceso para ser más consciente en tu alimentación.
Si quieres seguir explorando cómo estas dinámicas te afectan y descubrir tu propia hoja de ruta para el bienestar (sin recetas impuestas), te espero en mi Substack:
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